VIVIENDO EN OTROS MUNDOS DEL SISTEMA SOLAR:
CERES
Imaginando la presencia humana en el planeta enano más cercano al Sol.
Seguimos, después de abandonar Marte, nuestro camino hacia las regiones exteriores del Sistema Solar, siempre en busca de un nuevo hogar planetario, un lugar que nos permita, dentro de lo posible, cortar nuestra dependencia con la venerable Tierra. Al fin y al cabo si somos capaces de asentarnos en más de un mundo, las posibilidades de extinción debido a algún evento catastrófico, sea por causas climáticas o por un evento astronómico, como el impacto de un gran asteroide, se reducirán drásticamente. Uno puede caer, pero difícilmente pueden hacerlo todos al mismo tiempo.
Nuestro siguiente objetivo es un pequeño cuerpo celeste de algo menos de 1000 Kilómetros de diámetro, Ceres, el ejemplo claro de lo que es una crisis de identidad permanente, al menos desde el punto de vista humano. Primero fue considerado planeta, después rebajado a asteroide y finalmente elevando de nuevo hasta la categoría de planeta enano, el mismo que Plutón. Si este sufrió una pérdida de categoría, lo de Ceres es una auténtica montaña rusa. Pero así es la ciencia, siempre en evolución, cambiando las ideas según avanzan los descubrimiento. Y es esto lo que la convierte precisamente en la mejor herramienta que tenemos para comprender el Universo que nos rodea.
Aunque tiempo atrás se imaginaba a los habitantes del Cinturón de asteroides como rocas resecas flotando en el espacio, ahora sabemos que la realidad es mucho más compleja, y que en no pocos casos contienen grandes cantidades de agua helada. Ceres es uno de estos últimos, con zonas con hielos, visibles como manchas blancas, geysers de vapor de agua expulsando al espacio algunas zonas de la superficie. Sea actividad geológica interna, sea por recientes impacto de meteoritos, sus implicaciones son las mismas: Una vez instalada la base no sería complicado extraer suficiente para cubrir nuestras necesidades de algunos cráteres recientes. Como en La Luna, Marte o Mercurio, el valioso elemento, que nos proporciona agua, oxígeno y combustible, está disponible también aquí. Que tiempos aquellos en que creíamos que La Tierra, y quizás Marte, eran los únicos lugares donde esta existía...
Aunque Ceres es el objeto del cinturón de asteroides más grande, y concentra una buena parte de su masa total, su gravedad es de solo 3 por ciento de la terrestre. No nos sería complicado avanzar, literalmente dar "la vuelta al nuevo mundo", pero su misma debilidad podría resultarnos un problemas a la larga. Como los habitantes de la Estación Espacial internacional (ISS), deberíamos hacer una completa tabla de ejercicios diarios solo para intentar limitar los efectos que esta situación tendría en unos organismos como los nuestros, que han evolucionado para adaptarse a la gravedad terrestre y no para vivir en su ausencia. No parece una opción muy cómoda, e incluso así no está claro sus efectos a largo plazo. Solo por eso es mejor hacer las maletas de nuevo.
Esta baja gravedad significa también una casi total falta de atmósfera, por lo que no existiría un clima como tal, totalmente opuesto a La Tierra, y hasta cierto punto también de Marte. No deberíamos preocuparnos de nada en este aspecto, solo, como en La Luna, de no tener la desgracia de estar demasiado cerca del impacto de un meteorito, que aquí, como en nuestro satélite, llegarían intactos a la superficie, incluido los más pequeños. Vemos un cielo sería siempre oscuro, y algo decepcionante, sin ningún otro cuerpo celeste en las cercanías que adorne el firmamento, ya que incluso en las partes más densas del cinturón sus habitantes pueden estar separado por millones de Kilómetros unos de otros. Los campos de asteroides llenos hasta casi saturar el espacio quedan para la ciencia ficción sin demasiado interés en la coherencia científica. El Halcón Milenario no podría encontrar aquí el refugio, como lo vimos años atrás en los cines de la ya lejana Tierra.
Vivir en Ceres significa que debemos estar equipados para soportar cambios extremos de temperatura, que durante el día es de -73 grados Celsius de media, para caer hasta los -143 C en plena noche. Pero a lo largo de su largo años (equivalente a 4,6 años terrestres), no sería posible observar cambio alguno estacional, que que su eje de rotación apenas está inclinado. En todo caso no tenemos intención de quedarnos tanto tiempo.
Nos estamos alejando del Sol, y eso se nota ya de forma evidente en el tamaño y brillo del Sol en el firmamento. Nuestra estrella nos ilumina con cierta intensidad durante las 9 horas de duración del día "Ceresano", pero es ya solo con el 15% de su resplandor en el mediodía terrestre, y muestra un diámetro aparente de solo 1/3 del disco solar en el cielo terrestre. Es un adelanto de lo que nos espera más adelante, cuando nos adentremos en el Sistema Solar exterior, aunque aquí aún es capaz de darnos una luz aceptable. Y repentina, ya que al no haber atmósfera, el amanecer apenas dura 45 segundos, el tiempo que tarda en completar su salida por detrás del horizonte. Los ocasos de bellos colores quedan para nuestro planeta y Marte.
Y como ya es una costumbre que irá a más a medida que nos desplacemos, nos podemos olvidar de las conversaciones en directo con La Tierra. Cualquier mensaje tardará entre 15 y 30 minutos en recibir una respuesta, dependiendo del momento. Al tener en cuenta que la señal se desplaza a la velocidad de la luz, la inmensidad que separa los mundos del Sistema Solar, al menos desde el punto de vista humano, es ya palpable. Claramente no es un lugar para gente con miedo a los espacios abiertos.
Pero ya decidimos desde casi nuestra llegada que seguiríamos nuestro camino. Además, la sonda Dawn esta ya a las puertas y no quisiéramos molestarla en su trabajo. Tiene todo un mundo que explorar. Seguimos adelante, ya hacia las tinieblas exteriores, donde la luz solar es ya muy tenue. Pero el siguiente objetivo no puede ser más emocionante, dada las tremendas expectativas que se han creado alrededor de ella como posible hogar de algún tipo de vida, al menos bajo la superficie: La luna Europa, la soñada por los astrobiólogos, nos espera.
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