Los países escandinavos son exitosos
gracias al libre mercado, no al socialismo
“Cada vez que leo a alguien hablar sobre el ‘colapso del estado de bienestar europeo’, siento la necesidad de llevar a esa persona a una caminata forzosa por Estocolmo” (New York Times, 2011) afirma Paul Krugman.
En 2006, Jeffrey Sachs sostuvo en la publicación Scientific American que las ideas del economista liberal F.A. Hayek habían sido refutadas por las socialdemocracias nórdicas: “En las democracias fuertes y vibrantes, un generoso Estado de bienestar no es un camino de servidumbre, sino un camino a la justicia, la igualdad económica y la competitividad internacional” (Sachs, 2006) y más recientemente, el exprecandidato demócrata Bernie Sanders quien se autodenomina socialista, no encuentra reparos a la hora de elogiar el modelo económico de la “Tercera vía” y el “Estado de bienestar” de los nórdicos.
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Así, la lista puede extenderse infinitamente entre políticos, académicos y economistas que ven una guía que encontró el equilibrio entre el interés individual y la socialización de los beneficios a través de un amplio Estado protector.
Noruega, Dinamarca y Suecia gozan de índices de criminalidad sorprendentemente bajos y una envidiable esperanza de vida. Sin lugar a dudas, se trata de países sumamente prósperos, donde las personas pueden gozar de un grado mayor de libertad y al mismo tiempo de bienestar. Pero ¿Cómo está fría y poco fértil península ubicada entre el mar Noruego y el mar Báltico pudo convertirse en un verdadero Nirvana del bienestar? Ciertamente no es por el modelo redistributivo.
Alabado por todo el socialismo moderno, desde el más radical hasta la más vegetariana socialdemocracia, Suecia sobresale dentro de todos los países escandinavos como paradigma de progreso. El yerro en el cual caen los políticos evangelizadores del Estado de bienestar nórdico o del “modelo sueco”, radica en el hecho mayúsculo de ignorar los elementos esenciales de la idiosincrasia nórdica, su historia y sus instituciones.
Ignoran tajantemente que estos países también tienen una población homogénea, elevados niveles de confianza, participación cívica, cohesión social, responsabilidad individual, valores familiares y sobretodo una fuerte ética del trabajo. La inobservancia de estos elementos esenciales que anteceden al Estado de bienestar, como lo explica magníficamente Nima Sanandaji, investigador del Centre for Policy Studies de Londres y PhD del Royal Institute of Technology de Estocolmo, permite que se extienda el cliché que se teje alrededor del modelo de la “Tercera vía” y el “Estado de Bienestar”.
Durante la Edad Media, a los agricultores, que representaban a casi toda la población europea, les fue difícil sobrevivir a las inclemencias del clima en la península escandinava. Fue entonces por física necesidad que se desarrolló en Escandinavia una sólida ética del trabajo y de responsabilidad individual.
Muchos campesinos eran propietarios de la misma tierra donde laboraban, a diferencia de los labriegos carentes de propiedad privada que vivían en el resto de Europa, así, distando completamente del modelo feudal de pacto de vasallaje presente en los demás reinos europeos, los escandinavos eran dueños de la misma tierra que los alimentaba.
Pero fue solo hasta finales del siglo XIX, cuando particularmente Suecia abraza las ideas liberales que compaginaron a la perfección con sus instituciones preexistentes. Se dispara su crecimiento económico con cifras inéditas, le abre la puerta al libre comercio y se aleja de a intervención del Estado en la economía.
Este período liberal se podría enmarcar desde 1870 hasta más o menos 1970, década en la cual se hace más evidente el intervencionismo en la economía hasta llegar a su climax en 1980, con una agresiva estatización de la economía.
Esta receta en un período razonablemente corto, generó formidables resultados. Por ejemplo: para 1870, el PIB per cápita de Suecia era 57% más bajo que el del Reino Unido. En 1970, había crecido a tal punto que era un 21% superior. Fue precisamente durante el auge del liberalismo económico que se fundaron las más representativas compañías suecas como: IKEA, Volvo, Tetra Pak, H&M, Ericsson y Alfa Laval.
Además, Suecia contaba con un crecimiento per cápita envidiable, cuadruplicando al británico con un Estado benefactor ya consolidado. Repito, todas estas cifras justo antes del advenimiento de un Estado de Bienestar agresivo.
Hasta entrada la década del setenta, el tímido intervencionismo se trasforma en un radical Estado de Bienestar rígido, que consumía casi la mitad del PIB (Fuente: base de datos de la OCDE). Paradójicamente, justo mientras Margaret Thatcher trataba de salvar a Gran Bretaña de la ruina económica, desmantelando el Estado asistencialista -implantado desde tiempos de Attlee- Suecia vivía un proceso completamente distinto, equidistante de la política conservadora británica, Suecia comenzaba una agresiva política fiscal casi confiscatoria. Esta “catarsis” impositiva consistía en que, por ejemplo, para 1980, una persona propietaria de una empresa podía pagar una tasa marginal efectiva de 137% sobre el retorno del nuevo capital adquirido tras la emisión de nuevas acciones.
Esto significa que el individuo podía, de hecho, perder dinero al generar un beneficio sobre la inversión original una vez que el efecto de ambos impuestos, más la inflación, eran tomados en cuenta.
El impuesto a la riqueza fue particularmente dañino. Precisamente eran las empresas familiares -aquellas que habían vuelto a Suecia un país próspero- las más perjudicadas, minando la misma inversión local empresarial, así fue como en cuestión de años se dejaron de crear nuevas empresas, se estancó el crecimiento económico y sobretodo, se erosionó las instituciones sociales, como la ética del trabajo y la responsabilidad individual.
Un buen indicativo del impacto que generó el advenimiento del Estado de Bienestar son la cantidad de empresas que se crearon durante ese período. Para el 2004, de las cien empresas de mayor facturación en Suecia, treinta y ocho eran locales, de esas treinta y ocho, veinte habían sido fundadas antes de 1913; quince habían sido fundadas entre 1914 y 1970; y solamente dos fueron fundadas después de la década del setenta.
Esto sin contar que si las cien empresas más grandes se midieran por el número de empleados, no estaría ninguna fundada después de la década del setenta. Entre 1950 y el año 2000, la población de Suecia pasó de 7 a 9 millones de personas. Sin embargo, la creación neta de puestos de trabajo en el sector privado fue cercana a cero. Solamente hasta el año dos mil inició de nuevo a crearse empleo en el sector productivo.
El climax socialdemócrata vivido en Escandinavia podría definirse en una sola palabra: Fracaso. No hubo prosperidad cuando el Estado creció de manera desorbitante y consumió cerca de la mitad del PIB; más bien, la prosperidad existente fue producto de una estructura anterior y no del éxito de las políticas asistencialistas.
Es cierto que todavía Suecia cuenta con elevados impuestos, y que aún perdura mucho del Estado de Bienestar ochentero, pero no hay que desconocer que su estructura ha cambiado bastante.
Entre 1990 y 1993 -periodo de agonía del Estado de bienestar- el desempleo en Suecia alcanzó el 14 %, La conclusión de un informe elaborado por McKinsey fue el siguiente: “Las barreras al mercado laboral son la principal razón por la cual el sector privado no crea empleo.”
Los altos impuestos sobre el empleo elevan el coste de la mano de obra para todos los empleados y hacen que los trabajos de bajo valor agregado —aquellos tomados, por ejemplo, por restaurantes, tiendas minoristas, empresas de limpieza y constructoras— sean excesivamente caros” (McKinsey Quarterly, 2006: 6).
Las bondades que disfrutan los escandinavos en la actualidad (particularmente Suecia) son, en últimas, producto de que estos países lograron sobrevivir al Estado de bienestar, concretamente, son prósperos a pesar del Estado de bienestar, no gracias a él. Desconocer los hechos que llevaron al colapso de formidables economías como las nórdicas y la inglesa, resultaría para países como los latinoamericanos sumamente peligroso. Sería la garantía de que existan “Venezuelas”.
Ignorar la verdad sobre el “Modelo escandinavo” es darle carta blanca al populismo en un continente como este. Un Estado hipertrofiado y asistencialista es la semilla de Chávez, Maduro, Kirchner, Correa, Ortega y Evo.
Por Juan Antonio Pretlet es colombiano y miembro del movimiento liberal. Síguelo en @JPretelt29.
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